domingo, 13 de junio de 2010

HACIA UN NUEVO SOCIALISMO



Vivimos en un mundo globalizado que pregona la muerte de las ideologías debido a la supremacía de una de ellas bajo el mandato de los grupos de poder.

Atrás quedaron los años de la Guerra Fría, cuando los 2 modelos imperantes se enfrentaban desde sus bases militares: EEUU y la URSS.

El comunismo fue perseguido y acorralado por un capitalismo que, luego de derribar el Muro de Berlín, se infiltró en territorio enemigo para invadirlo con su sistema económico de Mercado… Perestroika mediante… y muy pocos lugares quedaron donde el comunismo pudiera buscar refugio.

Lo cierto es que semejante ataque sucedió porque el pueblo se encontraba harto del comunismo soviético debido a su evidente fracaso…

Por otra parte el capitalismo, luego de fagocitar a su enemigo acérrimo, se robusteció… mutando en el actual monstruo que todo deglute… que todo destruye… transformándose en un neoliberalismo que, en su afán por beneficiar a los grupos minoritarios que lo esgrimen... ha condenado al hambre, la guerra y la exclusión a las mayorías populares.

Su fracaso es evidente… y lo evidencian las luchas populares que, paulatinamente, resisten en su afán por establecer una sociedad más justa e igualitaria.

Pero la intención de este artículo no es señalar lo que todos vivimos y conocemos, sino hacer una autocrítica sobre los errores cometidos por el socialismo… desde el mal implementado marxismo soviético hasta el socialismo seudo-democrático de algunos países… para buscar una alternativa que nos permita implementar un socialismo pragmático y realista… que no abandone los principios que le dieron origen, pero adaptándolo a las necesidades actuales.

Es que, por más que se empeñen, nuestro corazón sigue latiendo en el lado izquierdo del pecho… aunque no tengamos idea de topografía anatómica alguna.

La democracia social, tradicionalmente se ha basado en una economía mixta para mitigar las desigualdades del capitalismo, a través de un sistema de tributación progresiva y beneficios sociales, defendido por algunos dirigentes parlamentarios y por las históricas luchas civiles. Su mayor logro ha sido mejorar las condiciones de la clase trabajadora (en relación al capitalismo no regulado) aunque aún quedan serios problemas por resolver, a saber:

• Los mecanismos económicos capitalistas tienden a generar grandes desigualdades de ingreso, riqueza y oportunidades en la vida.

• La democracia social ha tenido poco impacto real en estas desigualdades, lo que de hecho ha venido empeorado en las últimas décadas.

• En las economías mixtas los elementos socialistas siempre están subordinados a los intereses capitalistas.

Si tenemos en cuenta el análisis marxista clásico de la sociedad, según la visión de Marx, la característica básica más distintiva de los diferentes modos de organización social es la forma por la cual se garantiza la “extracción de un producto excedente” de los productores directos.
El “producto necesario”, en esta teoría, es el producto requerido para mantener y reproducir la fuerza de trabajo. Esto tomará la forma de bienes de consumo y servicios para los trabajadores y sus familias… la inversión en planta, equipos y lo que sea necesario para mantener los medios de producción de la sociedad en orden que funcione.
El “producto excedente” por otro lado, es la porción de egreso social usada para mantener los miembros no-productivos de la sociedad (un grupo heterogéneo, que va desde el ocioso rico, a políticos, fuerzas armadas, trabajadores jubilados y niños), además de la porción dedicada a la expansión neta del stock de medios de producción.

Cualquier sociedad capaz de mantener a miembros no-activos y generar un programa económicamente progresivo de inversión neta, debe tener un mecanismo para obligar o inducir a los productores directos a producir más de lo que se necesita simplemente para mantenerse ellos mismos.

La naturaleza precisa de este mecanismo es, de acuerdo con la teoría marxista, la clave para entender la sociedad como un todo, donde no solo se tenga en cuenta la economía, sino también la forma general del estado y la política.

Bajo el capitalismo, la extracción del producto excedente se vuelve “invisible” en la forma de contratos salariales. Las partes en el contrato son legalmente iguales, cada cual trayendo su propiedad al mercado y llevando a cabo una transacción voluntaria. Ninguna campana suena en la fábrica para anunciar el fin de la parte del día de trabajo usado para producir el equivalente al salario de los trabajadores, ni el principio de la producción de ganancias para el patrón. Sin embargo, los salarios de los trabajadores son substancialmente menores que el valor total del producto que ellos generan. Esta es la base, en la teoría de Marx, de explotación.

El socialismo soviético, particularmente después de la introducción del primer plan a cinco años, bajo Stalin (a fines de los años veinte) introdujo un modo nuevo y no-capitalista de extracción de un excedente.
En la mayor parte, bienes y trabajo fueron físicamente adjudicados a empresas por parte de las autoridades de planificación, quienes siempre se aseguraban que esas empresas tuviesen suficiente dinero para pagar por los bienes reales que se les asignaban. Si una empresa tenía “pérdidas” monetarias y por lo tanto tenía que tener sus balances monetarios rebasados con “subsidios” no había problema. Por otro lado, la posesión de este tipo de dinero no era garantía de lograr los bienes reales. Por el mismo simbolismo, los recursos que iban a la producción de bienes de consumo eran asignados centralmente.

Supóngase que los trabajadores ganaban salarios más altos en rublos. Por sí mismo esto no lograría nada, puesto que la corriente de producción de bienes de consumo no respondía a la suma monetaria del gasto del consumidor. Salarios más altos significarían simplemente precios más altos o desabastecimiento en las tiendas.

La tasa de producción de un excedente era fijada cuando los planificadores asignaban recursos de inversión en la industria pesada y a la producción de bienes de consumo respectivamente.

En términos muy generales este cambio a un sistema planificado, donde la división de producto necesario y producto excedente es el resultado de una deliberada decisión social, está enteramente en línea con lo que Marx aspiraba. Solo que Marx había imaginado esta “decisión social” como radicalmente democrática, de tal forma que la producción de un excedente tendría intrínsicamente legitimidad.
El pueblo, una vez tomada la decisión de dedicar tanto de su labor combinada a la inversión neta y al mantenimiento de sus no-productivos, implementaría entonces, voluntariamente, su propia decisión. Por razones tanto externas como internas, la sociedad soviética (para la época de la introducción de la planificación económica) estaba lejos de ser democrática.

Sabemos que los planes fueron, a la larga, implementados de esta manera y los años treinta vieron el desarrollo de una base industrial pesada, a una velocidad sin precedentes… una base que sería severamente puesta a prueba en su exitosa resistencia a la invasión Nazi y donde la figura de Stalin, con su mezcla peculiar de terror y trabajo forzoso por un lado y un genuino fervor pionero por el otro, fue crucial.

Stalin, en un principio fue el líder inspirador que enmendaba, gracias a determinación y agallas, su carencia de elocuencia con su capacidad para promover el sentido de participación en un gran esfuerzo histórico. … pero paulatinamente su figura fue transfromándose en la del severo y cruel liquidador de cualquiera que fracasara en participar… o de cualquiera que osase contradecir su política…
Así, el culto a Stalin, con ambos aspectos: el populista y el terrible, fue céntrico al modo soviético de extracción de un producto excedente.
La crisis del socialismo soviético parece, entonces, fluir de dos fuentes. Por una parte había una aversión popular en contra de las prácticas antidemocráticas y autoritarias de las anticuadas políticas soviéticas y por otro lado... un sentimiento ampliamente expandido que consideraba a los mecanismos económicos básicos y operativos de los años treinta como un método que, sobreviviendo a la figura de Stalin, condenaba a los pueblos de la URSS a anquilosados estándares de vida y déficit crónicos en los bienes de consumo.

Comparado con la evidente y continuada vitalidad de las economías capitalistas avanzadas, tales condiciones se volvieron intolerables para el pueblo.
Y, cuando el buen trabajo no se remunera con una paga mucho más alta debe, por lo menos, ser incentivado con oportunidades de promoción y avance.
Estos incentivos alternativos estuvieron casi completamente ausentes en la cultura política, cínica y corrupta, del período de Brezhnev. La apatía se propagó y, mientras una generación anterior había conocido el socialismo como un noble ideal (imperfectamente realizado o tal vez gravemente distorsionado en la Unión Soviética, pero aun así digno de ser respaldado), las nuevas generaciones (nacidas bajo la sombra de Brezhnev) sentían que la Unión Soviética y el socialismo eran equivalentes, ya que la misma propaganda del sistema se los había inculcado. Por ende... si ellos odiaban el sistema soviético, entonces odiaban el socialismo.

Por todo esto, las bases principales para un socialismo post-soviético deberían ser: una democracia con necesarios cambios radicales… y una planificación eficiente.

Sin democracia, como hemos expuesto anteriormente, los líderes de una sociedad socialista se dejarían llevar por la coerción para asegurar la producción de un producto excedente. Si la coerción disminuye, el sistema tenderá a estancarse. Al mismo tiempo, el desarrollo de un sistema de planificación eficiente será imposible en la ausencia de una competencia abierta de ideas. El fracaso de los Comunistas Soviéticos en encontrar propuestas viables de reforma socialista en los años recientes, es el testimonio de los efectos malignos de un sistema en el cual el conformismo y la obediencia eran recompensados.

Las sociedades capitalistas pueden lograr progresos económicos bajo condiciones de dictadura política porque, aún bajo tal dictadura, el dominio de la actividad económica privada no está relativamente regulada y el proceso normal de competitividad permanece operativo mientras que la supresión de la organización de la clase trabajadora permite un más alto nivel de explotación.
Bajo el socialismo, no hay tal separación entre estado opresivo y la “libre” economía, y si el criterio de lo ideológicamente “correcto” domina en la promoción de administradores y aún en el debate teórico económico, los prospectos a largo plazo de crecimiento y eficiencia serán ciertamente escasos.

Marx, Engels y Lenin fueron mucho más fuertes en sus críticas al capitalismo que en su teorización positiva acerca de la sociedad socialista… y en ese sentido, creo que estamos obligados a elevar nuestros objetivos. Tomemos, entonces, como meta final... el mayor desarrollo posible del potencial de cada ser humano, comprendido como un miembro de la sociedad que tiene, además, necesidades... miedos... aspiraciones y esperanzas individuales.

Este logro requiere dignidad, seguridad e igualdad (aunque no conformidad, por supuesto) así como eficiencia productiva. También requiere que los seres humanos encuentren modos substanciales de vivir en armonía con el medio ambiente del planeta.

Aseguramos que estas metas pueden alcanzarse mejor a través de una economía social cooperativa y planificada, bajo una constitución política radicalmente democrática y socialista.

El detalle de las realidades actuales y las propuestas al respecto las dejaremos para futuras entradas.

UN FUERTE ABRAZO

Carlos Fabián Tummino



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