sábado, 22 de mayo de 2010

BICENTENARIO 3

Estos fragmentos del libro “Espejos” de Eduardo Galeano van como un humilde regalo que, tal vez, sirvan para mostrar nuestra historia vista desde la óptica de un poeta… y nos permita explicar cómo somos…

“25 mayo de 1810: llueve en Buenos Aires. Bajo los paraguas hay una multitud de sombreros de copa. Se reparten escarapelas celestes y blancas. Reunidos en la que hoy se llama Plaza de Mayo, los señores de levita claman que viva la patria y exigen que se vaya el virrey.
En la realidad real, no maquillada por las litografías escolares, no hubo sombreros de copa, ni escarapelas, ni levitas, y parece que ni siquiera hubo lluvia ni paraguas. Hubo un coro de gente reclutada para apoyar, desde afuera, a los pocos que dentro del Cabildo discutían la independencia. Esos pocos, tenderos, contrabandistas, ilustrados doctores y jefes militares, fueron los próceres que dieron nombre a las avenidas y a las calles principales.
No bien declararon la independencia, implantaron el comercio libre. Así el puerto de Buenos Aires asesinó en el huevo a la industria nacional, que estaba naciendo en las hilanderías, tejedurías, destilerías, talabarterías y demás talleres artesanales de Córdoba, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, Corrientes, Salta, Mendoza, San Juan…
Pocos años después, el canciller británico George Canning brindó celebrando la libertad de las colonias españolas en América:
- Hispanoamérica es inglesa – comprobó, alzando la copa
Inglesas eran hasta las piedras de las veredas.”

“América latina era el mercado que siempre decía sí. Aquí se daba la bienvenida a todo lo que de Inglaterra venía. Brasil compraba patines de hielo. Bolivia, sombreros de copa y sombreros hongo que ahora son prendas típicas de las mujeres indígenas. Y la prenda típica de los jinetes pastores de Argentina y de Uruguay, infaltable en las Fiestas de la Tradición, había sido fabricada por la industria textil británica para el ejército turco.
Cuando la guerra de Crimea concluyó, los mercaderes ingleses derivaron al Río de la Plata sus miles y miles de bombachudos sobrantes, que se convirtieron en la bombacha gaucha.
Una década después, Inglaterra vistió con esos uniformes turcos a las tropas brasileñas, argentinas y uruguayas que le hicieron el mandado de exterminar a Paraguay.”



“Miles de muertos sin sepultura deambulan por la pampa argentina. Son los desaparecidos de la última dictadura militar. La dictadura del general Videla aplicó en escala jamás vista la desaparición como arma de guerra. La aplicó, pero no la inventó. Un siglo antes, el general Roca había utilizado contra los indios esta muestra de crueldad, que obliga a cada muerto a morir varias veces y que condena a sus queridos a volverse locos persiguiendo su sombra fugitiva.
En la Argentina, como en toda América, los indios fueron los primeros desaparecidos. Desaparecieron antes de aparecer. El general Roca llamó conquista del desierto a su invasión de las tierras indígenas. La Patagonia era un espacio vacío, un reino de la nada, habitado por nadie.
Y los indios siguieron desapareciendo después. Los que se sometieron y renunciaron a la tierra y a todo, fueron llamados indios reducidos: reducidos hasta desaparecer. Y los que no se sometieron y fueron vencidos a balazos y sablazos, desaparecieron convertidos en números, muertos sin nombre, en los partes militares. Y sus hijos desaparecieron también: repartidos como botín de guerra, llamados con otros nombres, vaciados de memoria, esclavitos de los asesinos de sus padres.”


“El poeta argentino Leopoldo Lugones proclamó: ¡Ha sonado, para bien del mundo, la hora de la espada! Y así aplaudió, en 1930, el golpe de estado que instauró una dictadura militar.
Al servicio de esa dictadura, el hijo del poeta, el comisario Polo Lugones, inventó la picana eléctrica y otros convincentes instrumentos que él ensayaba en los cuerpos de los desobedientes. Cuarenta y pico de años después, una desobediente llamada Pirí Lugones, nieta del poeta, hija del comisario, sufrió en carne propia los inventos de su papá, en las cámaras de tortura de otra dictadura.
Esa dictadura desapareció a treinta mil argentinos.
Entre ellos… ella.”


“Creced y multiplicaos, dijimos, y las máquinas crecieron y se multiplicaron.
Nos habían prometido que trabajarían para nosotros. Ahora trabajamos para ellas.
Multiplican el hambre las máquinas que inventamos para multiplicar la comida.
Nos matan las armas que inventamos para defendernos.
Nos desencuentran las ciudades que inventamos para encontrarnos.
Los grandes medios, que inventamos para comunicarnos, no nos escuchan ni nos ven.
Somos máquinas de nuestras máquinas.
Ellas alegan inocencia.
Y tienen razón.”


“Durmiendo nos vio. Helena soñó que hacíamos fila en algún aeropuerto.
Una larga fila: cada pasajero llevaba, bajo el brazo, la almohada donde había dormido la noche anterior.
Las almohadas iban pasando a través de una máquina que leía los sueños.
Era una máquina detectora de sueños peligrosos para el orden público”

EDUARDO GALEANO

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